Junto a las grandes oportunidades que tenemos como cristianos de servir en el lugar de trabajo, podemos ver que este ha acabado dominando la vida del siglo XXI en la mayor parte de la sociedad occidental, en algunos casos trayendo consigo un enfoque poco saludable. Es fácil verse atrapado en el entorno de las muchas presiones y el concepto del rendimiento/recompensa del lugar de trabajo actual y perder de vista las tremendas oportunidades de servir a los demás que el trabajo nos brinda. Las Escrituras traen una perspectiva fundamental a toda la vida, y a nuestro trabajo, ayudándonos a encaminarnos por una senda más saludable cuando aprendemos a leer la palabra de Dios desde una óptica nueva. Cuando acudimos a las Escrituras a ver lo que estas dicen acerca del trabajo, debemos de tener cuidado de no tratar de aplicar la Biblia a nuestra vida laboral, sino lo contrario, es decir, de no conformarnos al modelo de este mundo sino dejar que las Escrituras transformen nuestro pensamiento (Romanos 12:1, 2).Ningún capítulo de la Biblia nos provee una imagen completa del trabajo. Más bien, esta se extiende a lo largo de todas las Escrituras en los diversos “actos” de la Biblia, moviéndose por su relato en la creación, la corrupción, el pacto, la cruz, la iglesia y la consumación.
Dios mismo demuestra ser un trabajador en el acto de la creación, estableciendo un modelo para el buen trabajo:
Por ejemplo, Génesis 1:27 y 28 – los seres humanos creados para señorear, gobernar y llenar la tierra en términos del hogar (ser fecundos y multiplicarse: tener hijos y criarlos) y de la creación (ejercer dominio sobre todo ser viviente: cultivar la tierra).
Génesis 2:4 – creación en el sentido de que las plantas y arbustos tenían que esperar el agua pero también de que las personas debían cultivar la tierra ‒así pues, el trabajo está estrechamente vinculado al bienestar y la sostenibilidad de la creación.
Génesis 2:15 – Dios puso a los humanos en su huerto específicamente para trabajarlo y cuidarlo. Fueron hechos y debían trabajar a imagen de Dios.
Génesis 2:19, 20 – Dios demuestra su gran interés en el trabajo de Adán, yendo a ver cómo nombraría a los animales. Nuestro trabajo importa a Dios porque es una creación suya de la que somos responsables, y él se preocupa de nosotros y de lo que hacemos.
Por tanto, el propósito original de Dios con el trabajo era el servicio y la adoración a él como representantes delegados que supervisan su creación; tomar las materias primas de Dios y convertirlas en productos que promuevan la prosperidad humana (como dijo Martín Lutero: “si la lana está en la oveja, no hace ninguna prenda”); proveer servicios que bendigan a otros; prestando atención en todo momento por el cuidado de la creación.
Dios nos dio el trabajo en el contexto de la comunidad. Es el modo a través del cual actuamos para beneficiar a los demás, y recibimos el beneficio del trabajo de estos, sus dones y capacidades.
La desobediencia a las instrucciones de Dios (Génesis 2:16; 3:1-6) dañó numerosas relaciones: entre la mujer y el parto; las personas y el trabajo; las personas y Dios; las personas y la creación; la creación y Dios.
Así pues, el trabajo se volvió penoso y dificultado por “espinos y abrojos”: el servicio se contamina con el egoísmo; la productividad se ve frustrada por la futilidad.
¿Cómo se manifiestan las espinas, los abrojos y el sudor en la vida laboral actual?
- La frustración de un proyecto que fracasa o se escapa.
- El estrés de la cantidad de horas exigidas para cumplir con los objetivos de la productividad.
- El fracaso del negocio familiar durante la recesión.
Esto es especialmente evidente en el libro de Eclesiastés, cuando expresa la frustración de nuestra condición caída. En Eclesiastés 2:17-26, el en cierto modo hastiado autor reconoce que Dios ha dado el trabajo, ¡pero también la naturaleza temporal y fugaz de lo conseguido cuando la muerte interviene, las presiones del trabajo que ocupan nuestros pensamientos a todas horas, así como la desesperación por el sinsentido de todo ello!
Sin embargo, este no es el final de la historia: como las Escrituras dicen a menudo, “Pero Dios…”.
Eclesiastés se establece en la etapa de nuestra caída y su impacto sobre la creación en la historia global de la salvación de Dios. Pero si miramos hacia delante, hacia el final de la misma, los tiempos “intermedios” en los que vivimos actualmente tendrán sentido. Encontramos sentido al trabajo cuando lo hacemos para Dios, en su imagen y fuerza y para su gloria.
Fuimos creados como trabajadores a imagen de Dios, por lo que el trabajo es una parte fundamental de nuestra humanidad, del mismo modo que es esencial para la creación y la sociedad. De esta forma, también somos redimidos como trabajadores. El plan de salvación de Dios incluye todo lo que significa ser humano, incluyendo el trabajo.
El llamamiento de Israel, el pueblo de Dios, su esclavitud en Egipto y su huida de ella, el establecimiento de la nación en la “tierra prometida”, la entrega de la ley y su consiguiente desobediencia y exilio presagian el acto definitivo de salvación de Dios por medio de la obra de Jesús en la cruz.
Tejido en la historia de Israel, podemos ver el plan de salvación de Dios, que incluye el trabajo desde el principio. Cuando Dios utiliza a Moisés para sacar a su pueblo de la esclavitud en Egipto, establece una nueva cultura para los suyos por medio de diversas instrucciones recogidas en Éxodo, Levítico,Números y Deuteronomio. Estas no solo abarcan cómo adorar a Dios apropiadamente en esa época, o cómo vivir bien en comunidad, sino también cómo trabajar bien, respetando el descanso del día de reposo, las festividades, el pago justo y a su debido tiempo, así como las condiciones para los trabajadores y tratar justamente con los clientes por nombrar unas pocas. Todo ello dentro del contexto de un sistema económico justo establecido en los principios del Jubileo.
¿Tiene algo que decir la cultura iniciada por Dios en el Antiguo Testamento en cómo trabajamos actualmente?
A la espera de la nueva creación, en la que el cielo desciende a la tierra, Pablo describe una experiencia física real de resurrección en 1 Corintios 15:35-58. Nuestra experiencia física actual de creación se renueva en una nueva creación física, e Isaías deja una imagen de trabajo redimido como parte de la nueva creación (Isaías 65:17-25). No se trata únicamente de un cuadro de “esfuerzo espiritual”, también incluye el trabajo físico real como edificar casas y cultivar viñas, e invierte la maldición del pecado recogida en Génesis 3, restaurando el disfrute del trabajo de nuestras manos y desterrando la frustración del mismo. Es una imagen de personas totalmente humanas sin la contaminación y la corrupción del pecado, y parte de esa imagen restaurada es el trabajo restaurado.
Apocalipsis 21 describe una creación redimida y renovada en lugar de una borrada y sustituida. El destino es la tierra y no el cielo, pero de alguna manera ambos se unen y Dios mora una vez más con nosotros en su ciudad santa. Las naciones de la tierra se representan llevando su gloria y su honra a la ciudad. No son las personas más importantes, sino todo lo mejor, todo lo bueno y redimible de las civilizaciones y culturas producidas por millones de personas durante miles de años.
Nuestro trabajo en la era actual puede tener sentido, propósito y esperanza debido a la esperanza de salvación que vislumbramos en la nueva creación. La futilidad del trabajo en un mundo caído expresada por Eclesiastés no es toda la historia. Dios está reconciliando todas las cosas con él por medio de la obra de Cristo en la cruz (Colosenses 1:20). “Todas las cosas” no significa nada menos que la salvación de las almas individuales, y además una salvación cósmica que incluye a toda la creación y nuestro trabajo en relación con la misma.
En Colosenses 3:22‒4:1 y Efesios 6:5-9, Pablo incluye el trabajo llevado a cabo dentro del régimen amo/esclavo/siervo de la familia del Imperio Romano del siglo I. De hecho, dice: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Así pues, nuestro trabajo no es en vano cuando lo hacemos para el Señor.
Como seguidores de Jesús, a quienes se ha confiado el mensaje del evangelio, esto debe incluir la evangelización. Junto a este, nuestro trabajo también es un medio para conseguir que se cumpla la obra de Dios y vivir fielmente como su pueblo, demostrando que el trabajo puede llevarse a cabo para la gloria de Dios y en formas que beneficien a los que están a nuestro alrededor.
En estos tiempos, nuestro trabajo también está gobernado éticamente por la nueva creación. Si la corrupción y el desorden no aparecen en la nueva creación, tampoco deberían hacerlo en la obra de nuestras manos hoy. Podemos trabajar de forma más positiva para hacer lo más real posible ahora lo que ocurrirá sin duda en la nueva creación. Esta es la invitación que recibimos como seguidores de Cristo, orar y trabajar para ver “venir su reino”, ver su voluntad hecha en la tierra como en el cielo (Mateo 6:10).
Debemos despojarnos de la vieja humanidad y vestirnos de la nueva (Colosenses 3:5-14), trabajando para mostrar al mundo una nueva forma de ser humano, con el objetivo de ser restaurados totalmente en Jesucristo. Tanto en el trabajo que hacemos en sí, como con las personas junto a las que trabajamos y las instituciones en las que lo hacemos, somos llamados a trabajar con Dios como agentes de transformación en la sociedad mientras nosotros mismos somos transformados por medio de la obra del Espíritu Santo en nuestro interior.
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